La maravillosa obra de Henrik Ibsen, Casa de Muñecas, ha logrado superar a su tiempo y a la barrera del idioma ya que no es habitual encontrar numerosos exponentes de la literatura noruega que hayan alcanzado un rango universal. A excepción de algunos nombres, como es el caso de August Strindberg, pocos dramaturgos oriundos de aquellas tierras, más lejanas por la concepción literaria y estética que por la geografía, lograron tan notable impacto en la literatura. es un lugar común sostener que el teatro de Ibsen es un teatro psicológico y a la vez social. Sin embargo, Casa de Muñecas, cuyo título se justificará hacia el final del la obra, logra derribar el abominable modelo de la mujer que negocia sus principios a cambio de la seguridad y estabilidad económica. Y con una maestría admirable logra explorar los vericuetos más recónditos de la condición de la mujer y las decisiones inopinadas e imprevistas que, en determinadas circunstancias, alguien puede verse forzado a asumir.